Empecemos como un cuento de leyenda,
pues precisamente son muchas las que se han quedado ancladas en el lago
Titicaca, son tantas que son las que mejor cuentan la historia de este lago y
las que aún hoy en día, rigen la cultura de su gente. Se habla de tesoros escondidos en las
islas sólo visibles para los merecedores, de ofrendas al agua como
agradecimiento al alimento que les ofrece, de muertos que cobran vida
al caer la noche para hacer ajusticiar lo ocurrido durante el día y se habla de
no desear más de lo meramente necesario. Lo necesario, para ellos es tan poco
que resume, sin necesidad de dar más detalles, el estilo de vida de la
población pre-Inca de los Uros.
Navegar por estas aguas y disfrutar de
su paz, merece un viaje en sí mismo. Los paisajes del lago Titicaca parecen
más una postal con sobreexposición que algo real, aunque es cierto que sucede
casi con cada una de las imágenes que, tras un viaje a Perú, se almacenan en la
memoria. Podría ser el mal de altura, pero no: son vivencias y son reales. El
agua refleja cada tonalidad del azul del cielo haciéndolo infinito, azul que
solo queda interrumpido por el verdor de la totora. Una planta a la que no
se debe juzgar por su aparente simpleza, ya que ahí donde lleva siglos dando
hogar y alimento a los cientos de familias que habitan en sus islas.
Al caer la noche dan comienzo las
charlas interminables, éstas también vienen incluidas en el precio. Ellos se
sientan en el suelo, las sillas son para los turistas, y dan comienzo los
cantos y los intercambios de historias entre civilizaciones que quedan tan
lejanas. Lo mejor de Perú no son sus
joyas y misterios incas, sino su gente. Y eso es algo que no se puede ver en
las guías, eso es algo que hay que vivirlo por uno mismo. No te quedes con las
ganas de conocer este maravilloso destino turístico del lago Titicaca.
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